¿No os da la impresión que hay datos, lugares y situaciones recurrentes en vuestras vidas? A mí sí, infinidad de veces.
Voy a hacerme la Mary Steenburgen en Philadelphia recordáis cuando le toca exponer el caso y empieza diciendo algo así: “Dato: Andrew Beckett siempre trabajó a un nivel muy bajo. Dato: Cometió un error muy grave en una demanda millonaria. Dato: Dice que es víctima de la mentira y el engaño. (…) Dato: El SIDA es una tragedia. Dato: Andrew Beckett se está muriendo”. Que de los nervios me pone este personaje en esta película, pero que bien lo hace.
Pues eso. Dato: Estuve 21 días de vacaciones en Gambia. Dato: 21 días después de regresar empecé a encontrarme mal (nauseas, fiebre, malestar estomacal). Dato: 21 días después de haber ido al médico todavía no saben que me ha ocurrido. Han descartado la malaria, no saben si puede ser una bacteria, una ameba o un parásito. Debemos seguir esperando, probablemente 21 días más. Este número siempre ha sido recurrente en mi vida, nací un 21 de octubre. Me emancipé con 21 años. Me instalaron el port-a-cath un 21 de julio. Me quitaron el tumor un 21 de noviembre.
Lugares recurrentes, en este caso el consabido Hospital Clínico, en teoría desde el mes de julio que tuve que ir para una revisión no debía volver hasta octubre para otra revisión. Pero no, mi cuerpo ha querido que este mes de septiembre tuviera que pisar constantemente esas instalaciones.
Situaciones recurrentes, como si estuviera viviendo un Déjà vu, cada vez que voy al hospital y tengo que explicar lo mismo uno y otra vez hasta el hastío. Es lo que hay, no me quejo.
Porque lo cierto es que del 12 al 23 de septiembre tenía vacaciones y no he podido hacer absolutamente nada de lo que tenía planificado porque me he encontrado bastante mal. Tenía unos billetes para ir a Oporto a visitar a mi amiga Yenny, me iba a Andalucía con mi amiga Maru a pasar 4 días a un cortijo que tiene. Pero tengo la capacidad de darle la vuelta a todo eso, ¿cómo? Pues es fácil:
- He podido acceder a la sanidad pública para que averigüen lo que me ocurre.
- He podido descansar y estar en casa tranquila.
- He podido volver a mi trabajo, en cuanto se han acabado mis vacaciones, porque soy de las pocas afortunadas que puede decir que tiene un trabajo en este país.
- Y no lo olvidemos, este verano he hecho uno de los viajes más inolvidables de mi vida al país más pequeño de África, Gambia.
Aunque digan que la recesión ha terminado, perdonad que me carcajee ante semejante ocurrencia, las cosas están muy mal, hay gente que lo está pasando realmente mal. Los que tenemos la suerte de tener salud, un techo bajo el que cobijarnos, comida que llevarnos a la boca, un trabajo (esto nos ocurre a menos gente de la que me gustaría, la verdad), familia y amigos somos afortunados. En la vida no hace falta tener mucho para ser feliz, sólo depende de cada uno. La felicidad se encuentra en nuestro interior, no fuera. Así que dejemos de buscar fuera, en lo que los demás poseen, en los bienes materiales o en las frivolidades consumistas que nos venden haciéndonos creer que eso nos dará la felicidad. Porque no es cierto.
Yo soy feliz, es una actitud.